Memorias del mes y un texto del 22 de enero, a las 22:16 horas.
Acabo de llegar
de mi jornada laboral. Estoy en la azotea de una casa ajena. Está en un tercer
piso. Hace menos de quince minutos casi me aviento. Decidí venir a escribir
esto. Escribir, escribir, escribir. Parece que tengo la "valentía"
suficiente sólo para escribir.
Está claro que me
siento pésimo. Siento el pecho apretado, no puedo llorar. Creo que es porque no
quiero. ¿Para qué? Estoy seca. No vale la pena, nunca arreglo nada. Nunca me
siento mejor. Debí haberme tomado todas esas pastillas. Hubiera saltado.
"Debería",
"hubiera", "quisiera", pero nada hago. Es por eso que ya no
molesto a las personas con lo mal que me siento, y digo que estoy bien y sonrío
a todas ellas, sonrío, a veces, hasta a mí misma. Para creérmela. Si todos me
creen, tal vez podría funcionar en mí también.
Las últimas
semanas, tal vez los últimos dos meses, me he despertado diciéndome "sigo
viva". Pero no lo digo con gusto. Es en lo primero que pienso y llevó ese
pensamiento conmigo todo el día. Hay una vocecita interior, tal vez mi
conciencia, que todo el día está recordándome "sigo viva". Como si
quisiera estarlo. Me siento horriblemente mal pensando que sigo viva. No
quiero. ¿Para qué? Me duele. Me duele todo. Me duele la tristeza. ¿Por qué
estoy tan triste? ¿Por qué soy tan triste? Creo que lo único que me detiene al
momento en el que estoy a punto de suicidarme, es el pensar en mi madre, y el
dolor que pueda causarle. Mi madre ya tiene suficientes preocupaciones por mi
parte, como para que ahora se me ocurra morirme y dejarla aquí, sola. No soy
tan egoísta, para mí sería un alivio irme ya. Pero mi madre.
Tengo la cabeza
toda revuelta, quiero hablar de todo y de nada. Estoy harta. Estoy cansada.
Estoy. Parece que
es lo que cuenta.
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