domingo, 20 de julio de 2014

martes, 1 de julio de 2014

Junio del 2014.

Memorias del mes y un texto del 25 de junio del 2014, a las 15:12.







Voy a hablar de la cosa más egoísta que existe. El amor, pensarán ustedes. No. Voy a hablar de la cosa más egoísta que existe: la vida. La vida que se entrega a la muerte por amor. ¿Y luego qué?

La muerte llama, la vida no hace caso al llamado. Espera (la mayoría del tiempo). Nos hace crecer, vivir, conocer, enamorarnos. Nos hace crear emociones y experiencias, todo para que digas: ¡ah, qué bonita vida! (O tal vez lo contrario, según las circunstancias, emociones, experiencias y las personas mismas). ¿Y después qué? Te mueres. La vida se entrega, por amor, a la muerte. ¿No hay pues vida eterna? No. La vida se entrega a la muerte por amor y, en la muerte, no hay más que muerte. Porque si algo hay que reconocerle a la muerte, es eso: está muerta. Y que muerta se quede.

¿Y acaso la muerte se queda con todo? ¿Quién se queda con las experiencias y emociones si no? Nadie. Se vuelven nada. Quizá dejamos alguna pequeña parte esparcidas en las personas que dejamos vivas, extrañándonos. ¿Y la mayoría de esas cosas? ¿Quién las tiene? ¿Las guardas tú, muerte? Y no responde. ¿Por qué no responde? Porque está vacía, porque está muerta. ¿Y mis experiencias y emociones? Se van. Como se crean se destruyen.

¿Y después qué? Después nada.