DIARIO
Febrero 11, 2020.
Tantos
meses sin escribir cómo me siento pensando que lo olvidaría, como todas las
cosas. Aún con el bolígrafo en la mano y el texto ya iniciado me niego a
hacerlo.
Ayer recordé que cuando regresamos el verano pasado, iba
a iniciar una especie de diario escribiendo lo bien y lo mal que me hace tu
presencia, según fuera el caso. Dudé tanto de hacerlo y me sentí tan capaz y
valiente de dejar todo cuando me volvieses a rebajar a nada, o tuvieras celos o
se metiera una tercera persona en la relación porque así lo permitiste, que al
final no hice nada. Y ahora estoy aquí recién levantada, con problemas para
comer, dolor de cabeza y llorando porque otra vez soy consciente del valor que
no me estoy dando por estar contigo.
Cada vez que discutimos algo me doy cuenta del poder de
la palabra dicha sobre la pensada, pues tiendo a exteriorizar todo lo que
pienso respecto a alguna situación, y duele más de lo que lo hacía en mi mente.
Ayer sólo pregunté si quisieras ir con mi familia a una cena, suceso de una vez
al año o par de años, y surgió una discusión por eso. Por mi familia. No
querías ir. Y yo te dije que el amor, para mí, iba más allá de muchas cosas. Yo
acababa de salir de tu casa, de platicar con tu madre aunque estuviese yo
cansada y con sueño, que siempre recordaba sus cumpleaños (o intentaba
hacerlo), estaba presente a todos los eventos que era invitada, y no a manera
de reclamo (o quizá me estaba reprochando a mí misma), si no haciendo visible
que todo por lo que mostrabas algún interés, o tenía cierto grado de relevancia
para ti, me hacía crear interés en ello, por el sólo hecho de querer estar
cerca de ti, y más allá del sólo hecho de la cercanía, para ver el brillo de
tus ojos y los ademanes de tus manos cuando algo te emociona o te hace
genuinamente feliz. El hecho de que no notaras eso en mí, me hace sentir nada.
Después de eso, me fui a mi casa llorando con esa sensación ritualística del
adiós, con un trayecto largo. Mientras más avanzaba el tren, se calmaban más
mis lágrimas y mi sentir, y me sentía liberada de estar lejos de ti. A pesar de
sentirme extraña de llegar a casa sola, todo estuvo bien, pues me ocupé de
algunas cosas pendientes hasta que fue la hora de dejar la casa para ir a la
escuela y después volver a verte.
Como si nada hubiese pasado, otra vez, llegaste a besarme
y abrazarme y yo no sabía qué hacer, si hablar de lo que pasó antes y cómo me
sentía al respecto o ahorrarme lo desgastante que sería expresar mi sentir.
Opté por lo segundo, pues el cansancio que tenía sentía que me hacía arrastrar
los pies y tensaba mi cuerpo. A pesar de lo incómodo que fue al principio, en
el transcurrir del día el ambiente se hacía más amigable, hasta que llegó la
hora de volver a casa.
Todo estaba bien hasta que me violentaste con tus celos.
Estábamos abrazados y me empezaste a oler el cabello repetidas ocasiones hasta
que por fin decidiste empezar con tus cuestionamientos: ¿Por qué hueles a cigarro? ¿Andabas de cabroncita? ¿Con quién te
fuiste? ¿A dónde fuiste después de mi casa? ¿Con quién estabas? ¿Por qué no me
quieres decir? Y a pesar de contestar: a
ningún lado, con nadie; no sé por qué huelo a cigarro, me hiciste girar mi
cabeza hacia la tuya para que te lo dijera a los ojos. Hasta que pasó todo,
noté lo que estaba sucediendo y nuevamente me molesté por permitir aquello. Nos
quedamos acostados sin hablar unos segundos y otra vez te acercaste. Empezamos
a besarnos y a hacer el amor. Ambos
nos aferramos el uno al otro, nos besamos, nos miramos, nos dijimos te amo, pero cuando pedí otra posición
no fui escuchada y quise parar. Recordé las muchas veces que trasgredes mi
cuerpo contra mi voluntad y sentí asco y rabia. A pesar incluso de eso, al poco
rato lo intentamos una vez más, unos minutos más para que terminaras, y al
preguntarte si había alguna forma de conseguir un “juguete” te sentiste
agredido y empezaste a cuestionarme cosas nuevamente: ¿ya no te gusto? ¿ya no te “lleno”? y en esta ocasión no hiciste tu
comentario final: de seguro vas a irte
con otro cabrón.
Llegó tu familia a casa y salimos a cenar, después quise
descansar mientras jugaba en el teléfono acostada y me metí a tu cama. Llegaste detrás de mí y claramente en tono de
broma te pregunté ¿qué haces aquí?,
te molestaste y te paraste para irte. Yo te grité “no, no, no” “te quiero mostrar algo” y, como si no hubiese emitido
ningún sonido, te fuiste sin voltear. Completamente ignorada, me quedé unos
minutos (creo que pasó una hora) despierta para ver si tú también estabas
bromeando y volvías. Y lo único que conseguí fue dormirme y despertarme sola.
Y a pesar de todo eso, aquí estoy aún, en tu espacio, con
tu suéter puesto, cuestionándome si está bien estar aquí, estar contigo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario