domingo, 11 de mayo de 2014

Enero del 2014

Memorias del mes y un texto del 22 de enero, a las 22:16 horas. 





Acabo de llegar de mi jornada laboral. Estoy en la azotea de una casa ajena. Está en un tercer piso. Hace menos de quince minutos casi me aviento. Decidí venir a escribir esto. Escribir, escribir, escribir. Parece que tengo la "valentía" suficiente sólo para escribir.


Está claro que me siento pésimo. Siento el pecho apretado, no puedo llorar. Creo que es porque no quiero. ¿Para qué? Estoy seca. No vale la pena, nunca arreglo nada. Nunca me siento mejor. Debí haberme tomado todas esas pastillas. Hubiera saltado.

"Debería", "hubiera", "quisiera", pero nada hago. Es por eso que ya no molesto a las personas con lo mal que me siento, y digo que estoy bien y sonrío a todas ellas, sonrío, a veces, hasta a mí misma. Para creérmela. Si todos me creen, tal vez podría funcionar en mí también.

Las últimas semanas, tal vez los últimos dos meses, me he despertado diciéndome "sigo viva". Pero no lo digo con gusto. Es en lo primero que pienso y llevó ese pensamiento conmigo todo el día. Hay una vocecita interior, tal vez mi conciencia, que todo el día está recordándome "sigo viva". Como si quisiera estarlo. Me siento horriblemente mal pensando que sigo viva. No quiero. ¿Para qué? Me duele. Me duele todo. Me duele la tristeza. ¿Por qué estoy tan triste? ¿Por qué soy tan triste? Creo que lo único que me detiene al momento en el que estoy a punto de suicidarme, es el pensar en mi madre, y el dolor que pueda causarle. Mi madre ya tiene suficientes preocupaciones por mi parte, como para que ahora se me ocurra morirme y dejarla aquí, sola. No soy tan egoísta, para mí sería un alivio irme ya. Pero mi madre.


Tengo la cabeza toda revuelta, quiero hablar de todo y de nada. Estoy harta. Estoy cansada.


Estoy. Parece que es lo que cuenta. 






No hay comentarios.:

Publicar un comentario